Por una vez, ciertas normas de servicio de los vinos debieran cumplirse para disfrutar al máximo de este alimento. Aunque no es una ciencia exacta y siempre dependerá del gusto de las personas que vayan a beberse el vino, una costumbre con un punto de lógica es la siguiente.
Vinos blancos del año sin barrica y rosados: entre los ocho y los diez grados de temperatura sería una temperatura adecuada para empezar la botella, y mantenerlo durante la comida entre esos ocho-diez y un máximo de doce grados.
Vinos blancos con barrica: servicio del vino entre los 10 y los 12 grados, y dependiendo de la calidad del mismo, llevarlo hasta un máximo de 14 grados.
Vinos tintos jóvenes sin barrica o con un máximo de cuatro-seis meses, la llamada semicrianza o «roble» en algunas bodegas, habitualmente de Ribera del Duero: mi consejo es que se sirva el vino a 14 grados y que se mantenga entre 14-16 grados durante toda la comida.
Vinos tintos con crianza: la temperatura de servicio debería estar en 16 grados, y 16-18 grados su consumo durante toda la comida. Siempre teniendo en cuenta las cualidades del vino, la época del año y los gustos de cada uno, podríamos ir hasta los 20 grados. Más allá, no auguro nada bueno.
Vinos espumosos de escasa entidad, finos y manzanillas: como los blancos del año y rosados, a unos ocho grados, incluso algo menos. Existen algunos bodegueros de la D.O. Jerez que les gusta tomarse sus finos a tres, cuatro grados de temperatura.
Vinos espumosos de calidad: a unos 10-12 grados su servicio, y hasta los 14-16 su consumo.