En Ziferblat, cuyo significado es esfera del reloj en ruso, todo es gratuito. Café, té, repostería, galletas, tostadas e incluso la conexión a internet. El valor material de las cosas se diluye para cederle el protagonismo al tiempo. Este café, como si se tratara de un parking, cobra en función de lo que se alargue la estancia, con una cuota de tres peniques, aproximadamente cuatro céntimos de euro, el minuto. Un lugar no apto, por supuesto, para aquellos que al calor de una taza de té pretenden apalancarse para el resto de la tarde.
En la entrada, cada cliente recibe un reloj despertador y se apunta la hora de llegada. A partir de ese momento será libre para consumir una taza de café, dos o tres, acompañada de tantas pastas como desee, pero deberá ser él mismo el que se prepare su tentempié. El local, en pleno Shoreditch, el este londinense donde florecen las tendencias más innovadoras, no dispone de servicio de camareros y además se invita a la gente a fregar lo que ensucie antes de abandonar el local. Éste podría ser un elemento que disuadiera a la clientela, pero a juzgar por el estado del café un domingo por la tarde, no parece que los británicos tengan mucho reparo en agarrar el estropajo.
En la cocina, cuesta encontrar dos tazas del mismo color o dos cucharillas del mismo juego de cubertería y lo mismo ocurre con el mobiliario, donde la tendencia de mezclar colores, diseños y acabados imprime carácter y creatividad al local. Los clientes aguardan junto al balcón, convertido en un frigorífico improvisado donde se almacenan las botellas de leche, para prepararse un té.
«Los londinenses han entendido la idea al instante. Es divertido ver a la gente haciendo cola para lavar sus platos, a la vez que se ponen a charlar con la persona que está detrás. Pensamos en nuestros clientes como micro inquilinos, todos compartiendo el mismo espacio», comenta el propietario Ivan Mitin.