Abrió un restaurante en Madrid con jóvenes marginales y hoy preside un grupo económico con 21 locales en España y Estados Unidos, 600 funcionarios y 17 millones de euros de facturación al año.
Dice que de la crisis global sólo se sale apostando al capital humano y a la innovación. Viene a Uruguay desde los 70, cuando conoció a los sobrevivientes de los Andes y a los tupamaros. Le preocupa la fe de los uruguayos
El "cura empresario", "el cura innovador" o simplemente "el cura", Luis de Lezama no es un sacerdote más en España. Preside un grupo económico a cargo de 21 restaurantes (dos en Estados Unidos), un resort de lujo y tres escuelas de gastronomía y hostelería: en total, 600 funcionarios y 17 millones de euros de facturación por año. Raro para un hombre de sotana, y mucho más cuando dice que ha levantado su negocio sobre la misma base que una misa. "La justificación de mi empresa no está en la ambición de dinero o popularidad, sino en el mensaje evangélico", asegura el sacerdote de 72 años que ha pasado estos días por Uruguay con la triple finalidad de descansar, escribir un libro y casar a Hilario, hijo de su amigo Roberto Canessa.
La historia se remonta a finales de los `60. En una España deprimida, con Francisco Franco en el ocaso de su gobierno, De Lezama era cura en Vallecas (Madrid), donde abrió un albergue para jóvenes marginales, en su mayoría "maletillas", chavales que sueñan con convertirse en toreros y quedan al cabo sin corrida y sin estudios. Como una de las máximas del sacerdote refiere a nunca pedir limosna, él y esa veintena de jóvenes vivían como recicladores. "Íbamos a la rebusca, la busca (de basura) era para los privilegiados. Y vivíamos de las chatarra, los cartones, papeles viejos". La otra máxima de Lezama se ha transformado en lema del grupo empresarial: "No dar peces, sino enseñar a pescar". O a cocinar, administrar y dar un buen servicio. Así surgió la idea atrevida de abrir un restaurante para que él y esos jóvenes pudieran producir. Un amigo consiguió el local, él pidió licencia de sacerdote y en 1974 se inauguró La Taberna del Alabardero, en Madrid, frente al Teatro Real.
Allí comienza una expansión casi milagrosa en la que un cura que no sabía de cocina y unos jóvenes que no sabían nada de nada, pusieron la primera piedra de una de las cadenas más prestigiosas de España. "La Taberna era frecuentada por intelectuales, periodistas, políticos. Y muchos que venían del exilio. Uno de ellos, un tal Isidoro se llamaba, resultó que era Felipe González. Allí empezó a gestarse un nuevo estilo de sociedad, de democracia y también de restaurante. De aquellos con mantel de hilo o casas de comida de hule, surgió esta taberna donde se comía la cocina de la abuela, donde se guisaba, algo muy importante en España".
Con esa misma impronta, el crecimiento no ha parado hasta hoy, con la última sucursal recién abierta en Seattle (Estados Unidos), pese a la crisis. Pero justo en la cúspide, De Lezama abandonó el grupo empresarial que dirigió por 35 años para volver a calzarse la sotana y transformarse en párroco, aunque mantiene la presidencia de la compañía y de su fundación.
La tercera actividad del cura es el periodismo. Lo estudió y ejerció para financiar aquel albergue de "muletillas" y en 1972 llegó a Uruguay para una entrevista con los sobrevivientes de los Andes. A la vez, produjo un curioso reportaje con el movimiento Tupamaro, uno de los pocos que haya dado la guerrilla uruguaya mientras estaba en actividad.
A Uruguay lo prefiere en verano, cuando se toma unas vacaciones. En casa de los Canessa, distendido en un sillón, camisa y pantalón informales pero impecables, habla de negocios, de la crisis, de "innovación y desarrollo" (I+D), de out e inputs, cuenta de resultados y de algo clave para él: el capital humano. Pero también de la liturgia, la fe cristiana y de cómo y por qué en Uruguay polulan las sectas. Lenguajes y ámbitos en apariencia muy distantes pero este cura innovador parece que logra unir lo que el hombre ha separado.
-¿Cómo un sacerdote termina siendo empresario?
-Después del Concilio Vaticano II, surge en España un grupo de sacerdotes muy preocupados por lo social. Por el año 1962, yo estaba en un pueblecito llamado Chinchón y empecé a acoger a muchachos marginales, sin trabajo, con carencias familiares, que no conocían a sus padres, no sabían quiénes eran y todo eso se traslada después a Vallecas, donde abro un albergue. Pero luego cambia el cariz de todo esto cuando dijimos: `Vamos a vivir de nuestro trabajo`. Y en 1974 abrimos la Taberna del Alabardero. Contratamos a un chef vasco, como yo, y nos pusimos a trabajar en un tiempo en que se fraguaba un cambio en España. Franco estaba en sus últimos momentos y por las pocas mesas de la Taberna pasaron la mayoría de los intelectuales de la época.
-¿Pero se imaginaba el crecimiento que tuvo luego?
-No nos imaginamos nada. Teníamos esa idea de transformar la Taberna en una escuela de formación humana, de valores, de capital humano, que hoy es tan importante en una España que se ha hundido en la cultura del pelotazo económico, de créditos a mamporra, proyectos que ganaban mucho dinero de la noche a la mañana y que hoy ha estallado, dejando cuatro millones de parados.
-De ahí que usted haya afirmado que su empresa es una especie de extensión de su servicio como sacerdote…
-Estoy convencido de que no hubiera hecho nada de esto, sino hubiera sido sacerdote. La justificación de mi empresa no está en la ambición, el deseo de ganar dinero o popularidad; está en el mensaje evangélico.
-Es una vía poco ortodoxa…
-Puede ser, pero la Iglesia en estos tiempos debe ser más activa en su misión de ir a buscar a aquellos que están lejos de la fe. Claro que es más fácil volver a la rutina. La liturgia es parte importante de la pastoral, pero no podemos quedarnos en eso. Necesitamos una pastoral de comunicación, de comunidad y eso rompe con la rutina. He visto en muchas ciudades, en Madrid y otras, que las iglesias están cerradas durante todo el día. Las abren media hora antes de la misa y luego las cierran. Yo no conozco ningún negocio que cerrado produzca.
-¿Cuál es su concepto de empresa?
-La empresa es mucho más que el lugar donde se gana el dinero para vivir. Es una segunda familia, donde uno tiene que trabajar y tiene que haber un respeto a los valores de cada uno. Si la fregadora que hay en estos momentos en la Taberna del Alabardero en Seattle, la última que ha abierto, para el tren de lavado, todo se paraliza. Este conjunto de equipo hace que si el chef realiza buena comida, el maitre ofrece un buen servicio, la señora que frega los platos lo hará con más ilusión si hay esta armonía, que si estamos en esa especie de lucha social interna. Desgraciadamente, no nos hemos dado cuenta de que la lucha de clase se ha perdido. Hoy estamos en otra coyuntura y a veces, en la carencia y dificultad, aprendemos que la fregadora puede ser mi mejor compañera, que debe tener un sueldo equilibrado y que no la puedo maltratar. Esto muchas veces se ha aprendido con sangre.
-¿No ha tenido problemas con los sindicatos?
-No. Pero los sindicatos hoy deberían cambiar. Tendrían que ser los principales responsables de la educación y cultura del pueblo para la formación profesional y no dedicarse a buscar dádivas del poder, que por cierto les tapa la boca con dinero. Hoy, muchos sindicalistas tiene la boca tapada con millones. Y los sindicatos, cuando se juntan con el poder, pierden su fuerza. Lo mismo pasa con la Iglesia, cuando se liga al poder, pierde sus valores espirituales. Por eso, una Iglesia controvertida, en difícil relación con el poder, siempre será más sincera, más auténtica y más cristiana.
-Pero en España esta relación con el poder ha sido muy común…
-En España y en muchas partes, pero no por eso hay que repetirlo.
-¿Tiene detractores dentro de la Iglesia?
-Siempre hay gente que ve las cosas de otro modo. Me he sentido prejuzgado, que hacía esto por dinero, por popularidad, hasta para conseguir chicas, han dicho (risas).
-Está escribiendo un libro cuyo título será "El capital humano", ¿a qué se refiere?
-Aquí, en Punta Colorada, he avanzado bastante con ello. El capital humano es el valor del equipo que forma una empresa y su proyección. El año pasado, Bill Gates se encontró con un dilema fuerte: su compañía había ya exprimido el limón, como se dice vulgarmente, y fue a Davos con un mensaje diferente: `Me da la impresión -dijo- de que en las cuentas de resultados de las empresas debemos añadir una nueva columna que se llame `capital humano`. Es decir, reinvertir en la formación y cuánta rentabilidad puedo sacar de allí. La cuenta de resultados de una empresa que no tenga en cuenta hoy el capital humano y la investigación y desarrollo, la I+D, se muere. Y se muere más rápidamente que antes. La vida nos ha enseñado que las propiedades son efímeras. ¿Quién iba a decir hace unos años que esta debacle derrumbaría todas las bolsas y los valores de las propiedades? De esta crisis, sólo se sale apostando al capital humano y a la I+D, a cómo innovar, crear ideas nuevas. Tenemos que gastarnos todo lo que tenemos en esto. Las carreteras y obras sociales son fósforos a extinguir, darán una pequeña luz, pero se apagarán. El problema de los países ha sido la inercia de la gente hacia el conformismo, al vivir bien y dar valor a cosas que no tenían en sí continuidad. Es la cultura del pelotazo económico: con una mano recibías algo que valía 15 y al pasarlo a otra, valía 30. Toda esa burbuja inmobiliaria y de ganancias por encima de la lógica, era escandalosa y estalló. Por eso no vale más repetir y copiar: voy a hacer un montón de casas iguales al de al lado y voy a ganar tanto más; eso se ha acabado.
-¿En qué gasta sus empresa los 17 millones de euros que factura?
-En esto. Tenemos tres escuelas de hostelería con nivel universitario y estamos por abrir otras dos. También armamos una Fundación, que es civil y no religiosa, dedicada a la formación del ser humano y que da acogida un poco a lo que he venido haciendo desde 1962. No podemos parar, cuando uno está trabajando con jóvenes no se puede venir abajo. Las cuentas de resultado no van a mejorar si uno se pone triste, serio, cabizbajo; hay que echarle mano a la imaginación.
-Para muchos, la figura del empresario se asocia a alguien sin sentido social, ¿cómo ha lidiado con esto siendo cura?
-Ya no hay más lucha de clases. Habrá empresarios buenos y malos, pero esa idea del empresario como mal social, causa de todos los problemas, cuando los países no eran cultos tenía chance para los políticos de izquierda. Pero hoy que el nivel de cultura, en España, en Uruguay y en muchas partes, ha avanzado, eso me parece una cosa del Antiguo Testamento. Los jóvenes están hartos de discursos y palabras huecas. Los contenidos son más reales, rápidos y eficaces. Hay que crear ideas. "Enseñar a pescar, no dar peces". Lo dice el Evangelio.
RETIRO A UNA PARROQUIA ON LINE
Después de 35 años de "licencia" como cura, Luis de Lezama decidió volver a sus inicios: dejó el Grupo Lezama, con sus 21 restaurantes, en manos de sus colaboradores y pidió una parroquia a la Diócesis de Madrid. Le asignaron en 2005 una en un nuevo barrio de la capital, Monte Carmelo, que tiene 40.000 habitantes. Como primera medida, el cura creó un colegio en convenio con el gobierno, mantiene la parroquia abierta desde las ocho de la mañana y en la página web abrió una bolsa de trabajo. A la vez, por la web se puede escribirle pedidos y hasta hay confesiones on line. "Mucha gente se había impresionado. `Viene un cura empresario, ¿sabrá rezar el rosario?` Sí sé. Es cierto que durante mi actividad empresarial muchas veces me olvidé de hacerlo. Pero he sentido la necesidad de volver a la parroquia. Sigo siendo el presidente del grupo y la fundación y los directores me llaman y me consultan, pero ya no tomo decisiones".
En el 72, con los sobrevivientes y los tupamaros
En la Navidad de 1972, llamaron al cura Luis de Lezama, que era periodista de agencia EFE y tenía dos programas radiales (El rastro de Dios y Mil amigos en la noche), para una cobertura en Uruguay: 16 muchachos habían sobrevivido 72 días en los Andes.
De Lezama viajó y estuvo un mes en Uruguay produciendo varias entrevistas con los sobrevivientes al punto de que hasta hoy mantiene una relación de amistad con varios de ellos. A Roberto Canessa, por ejemplo, le regaló un saco azul que era exactamente igual a uno que él había perdido en los Andes, obsequio de su madre. "No pudo venir para mi casamiento, así que ahora me tomo revancha y casa a mi hijo", aseguró Canessa en referencia al casamiento de Hilario, que fue el sábado pasado, oficiado por De Lezama.
Pero "el cura periodista" no sólo produjo entrevistas a los sobrevivientes. "Un día recibí una llamada extraña. Me invitaban a conocer al movimiento tupamaro. Me pasaron a buscar frente al Hospital Español. Me habían dicho: `Esté usted con un diario en una mano y un pañuelo en la otra`. Me levantaron, me encapucharon y me llevaron a un lugar que desconozco porque no veía nada. Allí, me recibió un grupo de personas que me permitieron grabar y hacer unas preguntas. Me explicaron cual era para ellos el sentido y la actividad del movimiento y estaba también un matrimonio mayor que había perdido a su hijo joven; el chico era miembro de los tupamaros y los padres me hablaron del idealismo de aquel muchacho. Yo, como buen reportero, escuché, grabé, pregunté e hice unos reportajes no pasionales, sin tomar partido. Uno de ellos, que se titulaba Réquiem para un tupamaro, ganó dos premios radiales en Europa".
-Pero, ¿cuál es su visión de aquellos acontecimientos?
-Un sacerdote nunca debe tomar partido ni participar en el pensamiento político. Tenemos que tener la mano abierta a izquierda y derecha. Hubo algunos sacerdotes que del compromiso social pasaron al político y se equivocaron. Debemos estar al servicio de todos: ricos o pobres, en quienes la fe está dormida. Hay muchos cristianos de cumplimiento, que tienen una relación de cumplido con la Iglesia y eso no es sincero, ni sano.
"En Uruguay, hay necesidad espiritual"
-Conoció Uruguay en 1972 y viene casi todos los años, ¿cuál es su relación con el país?
-Aquí se descansa muy bien. No puedo tomarme vacaciones en el verano español, entonces aprovecho en enero o febrero para pasar unos días, generalmente en La Paloma. Veo a la gente en esa costumbre de aplaudir al atardecer en la playa y siempre he pensado que eso implica un sentimiento muy trascendente, aunque los uruguayos no son muy trascendentales.
-¿La fe no es profunda?
-Los uruguayos no tienen arrogancia por el lujo. Eso es fantástico porque la gente se desnuda muy fácil psicológicamente. Levantas a alguien que hace dedo en la calle y a los cinco minutos te está hablando de la mujer, los hijos. Todos se muestran muy naturales. Pero cuando hurgas un poco, notas que hay en los uruguayos una carencia de respuestas trascendentales: ¿Existe Dios? ¿Qué pasa después de la muerte? Son preguntas en las que nadie piensa, nadie habla de esto. En contrapartida, el pueblo vasco tiene un viejo adagio que dice: "Somos porque fueron y serán porque somos". Hay una trascendencia. En el "somos", los vascos ponemos un montón de valores espirituales, no digo ya cristianos. A mí me da mucha pena que en Uruguay exista esta carencia porque es un pueblo con necesidades espirituales. Por eso no me extraña que vengan sectas, animistas, espiritistas a buscar aquí al producto humano. La Iglesia Católica puede y debe hacer un impacto espiritual muy importante.
-¿Por qué no lo ha hecho?
-No lo sé. Hay una Iglesia institucional que está ahí con sus formas y luego están los hombres de la Iglesia. Me he encontrado con un viejo amigo, Raúl Scarone (obispo de Florida) y me ha dicho: `Estoy retirado, pero muy contento. Hablo mucho con la gente y la gente me sigue llamando Raúl`. Esa es la clave. Que un obispo, que casi siempre anda con unos paños colorados y sombreros, diga: "la gente me sigue llamando Raúl", eso es buenísimo. El testimonio de una Iglesia viva.