EDITORIAL por Tomas Cruidité
Incremento de
facturación.
El que elige
contento, elige más
Don Luis llega al restaurante.
Ha tenido una mañana interminable, siempre contenido, adaptando, moldeando y hasta sometiendo su impulsos
al noble objetivo mercantil que permite su subsistencia.
Ya dentro toma posesión de una mesa, mira el mantel blanco, mira donde la blancura pierde su color para caer
en el abismo del espacio, el suelo. Tiene claro su territorio de dominio ya dispuesto para su voluntad nutritiva,
cultural y hasta hedonista. Las copas vacías parecen esperar la vital agua y el profundo vino, los cubiertos
reflejan la luz que penetra por las ventanas, los platos vírgenes, blancos, parecen esperar ser ocupados por
verduras que pacientes han crecido al abrigo del sol, de pescados que fueron peces viajeros que se balancearon
con las olas del mar, de reses que rumiaron con la perfección constante y reposada de la vejez o reses
que no llegaron a crecer, muriendo en la dulce ternura del alba adolescente, para deleite del paladar del
auténtico protagonista de la creación, el ser humano.
Todo está allí, en esa mesa, a punto para brindar sensaciones previsibles, pero al mismo tiempo sorpresivas.
En ese momento Don Luis tiene la boca seca, lo que necesita, antes de todo, es que el amable cosquilleo de
una cerveza fría choque contra las paredes internas de su boca. Con la sed saciada y el paladar fresco podrá
empezar la elección del menú en un estado anímico propicio.
Don Luis, o como se llame su cliente, en muchas ocasiones no consigue seleccionar su menú, en el mencionado
estado anímico. Y esto es así, porque el camarero de turno, en muchas ocasiones, tiene por primer objetivo
dar traslado de una comanda entera, concreta (especialmente en los restaurantes de menú). Escucha la petición
de la cerveza, pero no le da curso hasta que tiene el pedido completo. El primero y el segundo. Tanto es
así, que si Don Luis es complaciente con el camarero y concreta su menú antes de mojar su boca con la deseada
cerveza, ésta le llegará al tiempo que la menestra de verduras, todos a una, como en Fuenteovejuna.
Don Luis se ha quedado sin ese momento soñado, especial, hasta espiritual, que comporta poder elegir el
menú con la serenidad que da tener colmada una necesidad previa, en este caso, colmar la sed.
La felicidad, entre otras cosas, se construye a partir de pequeños momentos de placer. En restauración hay
que respetar los tiempos. El aperitivo merece respeto. Este respeto se traslada al cliente que lo disfruta y
aumenta su consumo. El que elige contento, elige más.
Pruébenlo en su restaurante. Por ejemplo el próximo martes den la siguiente y precisa instrucción a sus camareros.
“Antes de tomar nota de la comanda, miren a los ojos del cliente con una sonrisa en los labios y pregunten
¿Sr/a, antes de tomarle nota, le traigo un aperitivo para decidir mejor?”
Si su equipo sigue este breve protocolo, su facturación se incrementará de entrada de forma directa entre un
5 y 10% .
Como en tantas cosas en la vida, los preparativos son mejores que los actos principales. Como decía Santo
Tomás, “disfrutar el placer es casi una obligación que celebra la vida que nos ha sido regalada para aprovecharla
con la intensidad y bondad que acompaña a los valientes; a los que no temen el placer que Dios ha
puesto en nuestra inviolable libertad”.
Tomás Crudité